Este asunto de las sillas de ruedas que el
gobierno Sonorense otorgó como apoyo a personas con necesidades de movilidad
distintas se ha convertido en un caso de burla y crítica que llama la atención
por varias cosas.
La primera de ellas es que así a simple
vista se trata de un artilugio salido de cualquier taller casero, pareciera que
las hubieran hecho entre los primos y los sobrinos para regalársela al tío que
no se mueve, y más que una silla de ruedas así como la conocemos en general,
más pareciera un denigrante objeto que además es muy chafa.
Otro asunto es ver desde la lejanía del
crítico de oficio la risible apariencia de un apoyo que viene del gobierno,
porque cuando de gobierno se trata, casi a todos les viene la idea de un montón
de ladrones abusivos que por otro lado están obligados a satisfacer las
necesidades de la población bajo ese argumento que tiene que ver con la
“paternidad responsable” que para con nosotros debe tener el gobierno.
Pues de estas dos cuestiones podemos hacer
un largo trayecto literario, pero no, no es el caso, De lo que se trata este
texto es de precisar algunas cuestiones de índole cívica que por más que las
vemos, no acabamos de entenderlas, y por más que las vivimos, no acabamos de
cambiarlas y contrario a ello las reproducimos de manera ya cultural, somos
extraños los mexicanos de veras.
Para empezar a hacer plática,
necesariamente hay que remontarnos al principio analítico de la causa y el
efecto así que en tratándose de sillas de ruedas pues en lo primero que
pensamos es en la necesidad de alguien para usar una silla de ruedas. lo
segundo que pensamos es en el costo de esa silla de ruedas y finalmente en el
cómo obtendrá esa persona que la requiere, ésa silla de ruedas. Y ahí inició
esta historia. Resulta que el gobierno de Sonora detecta esta necesidad y
queriendo quedar bien y ahorrarse una lanita (lo cual es administrativamente
correcto), se da a la tarea de buscar quien le solucione el asunto de la
providencia; así, se encuentra a los señores de la Free Wheelchair Mision con
su proyecto Gen_1, que es una silla de ruedas de bajo costo (alrededor de 72
dólares por pieza pero hecha de materiales de gran calidad, como plástico
resistente a temperaturas altas, lavable, absolutamente resistente a climas
extremos, con llantas de uso pesado para terrenos difíciles como las de las
bicicletas de montaña, durable, resistente, y armazón de acero reforzado, entre
otros) y basados en su experiencia (ha producido y embarcado ya 651, 245 de
estas sillas, de las cuales y sin contar las que el gobierno de Sonora entregó,
ya andarán rodando en México 9,350) pues hicieron trato y se compraron las dichosas
sillas a las que sólo se les encuentra un “pero”, y vaya que no es cualquier
“pero”, sino un “pero” de peso y es precisamente la forma de la silla, que a
ojo de buen objetante no es más que una simple, burda, vil, corriente y
denigrante silla de cantina de barrio o de jardín de unidad habitacional; y que
solamente le habría hecho falta en el respaldo la ilustración de alguna
compañía refresquera o cervecera para aseverar que las dichosas sillas eran un
verdadero asco y una inmoral burla para los ciudadanos que las requieren.
Esta parte es la que me lleva a pensar en
el poco oficio de ciudadanos que tenemos y la miope visión que del ejercicio
gubernamental nos hemos formado. En primera instancia, es lógico pensar que una
silla de ruedas de las características que les he descrito sea, en efecto
producto de una aventura de chavos talacheros, pues en efecto la simple vista
de la silla de jardín recortada y montada en una estructura con ruedas la hace
verse francamente ridícula y entonces nos sentimos, como ciudadanos, vejados y
ridiculizados; más aún si alguno de los beneficiarios pudiera resultar ser un
pariente cercano o lejano. Aquí es donde viene el conflicto y la simpleza del
análisis junto con la ligereza de raciocinios y prontitud del reclamo, porque
¿cómo es posible que el gobierno regale estas aberraciones a los pobrecitos
necesitados de movilidad? Sin embargo nos quedamos en ése nivel de lógica y no
vamos más allá. Para los críticos de oficio pero sin maestría (y miren que yo
no comulgo con las ideas ni con las medidas que las administraciones Panistas
han tomado) el producto distribuido no es más que una silla de pulcata con
ruedas, pero para las poblaciones de 86 países son elementos que resuelven
problemas y ahorran capitales.
Es cierto, no son sillas de ruedas de marca
prestigiada, pero también es cierto que son mucho más resistentes que muchos
modelos que se venden en el mercado, ésos sí de marca y les aseguro que de
mucho menor calidad que las que ahora nos ocupan y se los digo con cabal
conocimiento porque a ambas las he tenido en las manos; también es cierto que
estas sillas no se usan en el primer mundo, pero carajo!!, dejemos de creernos
de primer mundo porque no lo somos. Estas sillas las hace una Fundación de
asistencia social. Me parece que aquí lo único que se evidencia es lo
prejuiciados (y prejuiciosos) que somos y dejamos de lado el correlativo
“costo-beneficio” del acto objetivo, ¿Qué las apariencias engañan? Esto nunca
había sido tan verdadero y aquí, lamentablemente nos hemos dejado llevar por la
estética y no por la funcionalidad; así somos, nos ahogan las injusticias pero
las vanidades no nos permiten salir y nos llevan al fondo.
-J.H.-